“Se marcha, no se llega”.
Guillermo Estévez Boero
Nos
encontramos hoy, compañeras y compañeros progresistas, convocados por la
urgencia de la hora y el compromiso de trabajar y aportar a la reconstrucción
de la Argentina y a la defensa de la democracia en América Latina. Venimos de
diferentes espacios, pero con ideas y recorridos comunes. Militantes de
organizaciones políticas y sindicales, dirigentes con raigambre territorial en
diferentes regiones del país, intelectuales, ecologistas, feministas.
El
eslabón democrático sobre el que pivoteaba el mundo en los últimos treinta años
pareciera deteriorarse a ritmo acelerado, amenazado por el capitalismo, el
autoritarismo, el machismo, el racismo y la crisis ecológica. La inestabilidad
es norma. En todos los rincones del planeta, la situación política y social se
está volviendo cada vez más represiva, xenófoba, extremista y patriarcal, en
sintonía con el auge de movimientos nacionalistas de derecha y también
antifeministas, y la consolidación o el fortalecimiento de estructuras
autoritarias.
Nuestra
América Latina, que durante los primeros quince años del siglo XXI vivió un
tiempo de mejoras sustantivas en las condiciones económicas, sociales y
políticas, presenta hoy el mapa de las
sociedades rotas: la polarización sociopolítica convive con la emergencia
de una violencia excluyente que atraviesa la vida política y social y toma las
más variadas formas y combinaciones: fobia a la pobreza, racismos agudizados,
venganzas machistas, “anticomunismo”.
Este
nuevo período de avance de las derechas en la región empezó con el golpe
palaciego al presidente Fernando Lugo en Paraguay y encontró su punto de
inflexión en la destitución ilegítima de Dilma Rousseff de la presidencia de
Brasil, en mayo de 2016, la prisión de Lula, en el marco de un proceso penal
arbitrario y persecutorio, y el triunfo de Jair Bolsonaro en las elecciones
presidenciales de 2018. La feroz represión en Chile contra las demandas
ciudadanas por una justa distribución de la riqueza, con los militares
recuperando las calles de Santiago y otras ciudades del país, junto al golpe de
Estado contra Evo Morales son, hoy, aunque de distinta intensidad, los puntos
máximos de esta contraofensiva restauradora.
Por
supuesto, no nos olvidamos que, más allá de los progresos que significaron para
los sectores populares los primeros gobiernos de Hugo Chávez, el régimen
autoritario de Nicolás Maduro en Venezuela junto al de Daniel Ortega en
Nicaragua, con sus planes sistemáticos de persecución de la disidencia política
y social y sus estrepitosos fracasos económicos no solo han llevado
infelicidad, dolor y miseria a los hogares de sus conciudadanos y conciudadanas
sino que también han dado fundamentos -y pátina de popular- a esta contraofensiva.
En la Argentina el principal problema es
la desigualdad, ella explica el estancamiento, el maltrato social, el desprecio
por el futuro colectivo y la puesta en duda de la propia idea de sociedad.
Desgraciadamente, nuestra democracia ha tendido a gestionar (y hasta a profundizar,
en determinados lapsos) este orden de la desigualdad más que a transformarlo.
En ese sentido, los cuatro años de gobierno de Cambiemos han significado una
apuesta radical por agudizar el sufrimiento colectivo, con la renovación del
más antiguo resentimiento anti-igualitario que bajo las más diversas formas
está presente en las derechas de casi toda América Latina.
Mauricio Macri obró en el Estado y en toda la sociedad como un jefe de personal
generalizado. Verdugueo,
aumentos de tarifas, recortes a la inversión pública, nuevos aumentos hasta
legarnos un deterioro consistente de todas las variables económicas y sociales:
recesión, récord de cierres de fábricas, empresas y comercios, devaluación de
más del 200% en menos de dos años, índice de pobreza del 38%, desocupación
promedio del 10,6%, con particular impacto en mujeres y jóvenes, y el 9,3% de
hogares urbanos que padecen hambre y un 22,2% que no llega a cubrir todas las comidas diarias. A su vez, lejos de cultivar el
perfil republicano de respeto a las instituciones y a la división de poderes,
la presidencia de Macri gobernó sin consenso, en muchos casos a fuerza de
decretos emitidos a espaldas del Congreso Nacional y presionando al Poder
Judicial hasta lograr encarcelamientos de opositores sin condenas firmes.
En este delicado contexto social, nuestro
país llevó a cabo un largo proceso electoral sin ningún tipo de violencia ni
impugnaciones, que culminó con una nueva alternancia en el gobierno entre el no
peronismo y el peronismo. Estos datos que nuestra historia y el contexto
latinoamericano hacen parecer excepcionales, expresan, por el contrario, el
piso de convivencia que los argentinos y las argentinas debemos empeñarnos en
ratificar y consolidar día a día. La Argentina tiene problemas urgentes (el
hambre), inmediatos (la pobreza) y mediatos (el desarrollo con inclusión), que
solo se pueden afrontar con acuerdos transversales entre las fuerzas políticas,
sociales, económicas y culturales del campo popular y democrático.
Exacerbar
los antagonismos es lo que menos se necesita. La sociedad no está partida entre
oficialismo y oposición, la sociedad votó para asignar responsabilidades, no
para cavar trincheras, ni levantar alambradas morales o ideológicas. En ese
sentido, el clivaje peronismo-antiperonismo, que podría ser útil a los fines
explicativos, no nos representa. En primer lugar, porque la sociedad argentina
es una sociedad atravesada por los matices en todas las áreas de la vida
social, política y cultural. Eso es parte de su riqueza y potencialidad.
En
segundo lugar, porque el clivaje de
estos tiempos es restauración conservadora versus ampliación de derechos.
En esa disyuntiva los y las progresistas no tenemos duda de cuál es nuestro
lugar. Advertimos que desde hace varios años nuestra identidad ha perdido
gravitación política y social a partir de encerrarse en una agenda
institucionalista que, aun con las mejores intenciones, ha sido funcional a esa
agenda restauradora. Tal es así que, por primera vez desde el retorno de la
democracia, la centroizquierda o progresismo no compitió con una fórmula propia
a nivel presidencial, lo que -entre otras cosas-
implicó la ausencia de nuestra agenda en el debate electoral.
Conscientes de que el pueblo
argentino ha optado por un gobierno, planteamos y nos disponemos a una
convocatoria amplia que ataque las causas del deterioro que tienen que ver con la
concentración del poder y la riqueza, los comportamientos parasitarios y
rentísticos, la cultura de la intolerancia y uso del dogmatismo para estallar
la capacidad de la política democrática de encontrar soluciones a las mayorías.
Nuestro
horizonte político está dado por la articulación de dos valores inseparables:
libertad e igualdad. Cada uno de ellos se desnaturaliza si no contiene al otro.
La libertad sin igualdad es la crudeza del mercado; la igualdad sin libertad es
despotismo. Al ser el fundamento de la emancipación de las personas, la
libertad y la igualdad son necesarias para construir relaciones verdaderamente
humanas en el plano afectivo, cultural, religioso, político y económico, en
total armonía con el ambiente, con profundo respeto por la naturaleza y los
ecosistemas. Y todo ello es irrealizable sin una perspectiva feminista que,
desde el reconocimiento de las diversidades, desarme la estructura patriarcal
que domina nuestras relaciones.
Ahora
bien, desde el progresismo celebramos cuando un movimiento de raigambre popular
como el peronismo recupera su programa a favor de las mayorías porque su
participación es indispensable para revertir las condiciones de desigualdad que
domina la vida social, política, económica y cultural de todas y todos. Por
nuestra parte, al igual que las nuevas formas de representación que nacieron en
las luchas de mujeres, jóvenes y estudiantes, estamos acá para ayudar a rearmar lo
roto, acompañar las políticas de desarrollo con igualdad, señalar los errores y
sectarismos, oponernos a cualquier desviación sectaria o intolerante o a
cualquier variante gatopardista, aportar imaginación creativa para volver a
soñar.
Como
dijera Raúl Alfonsín en aquel histórico discurso en Parque Norte: “Nuestro país debe
emerger de su prolongada crisis con vigor, y este vigor encontrará su alimento
en la decisión de participar de todos los componentes de la sociedad; los
responsables de interpretar y representar las necesidades y aspiraciones de los
distintos sectores sociales deben asumir con firmeza y vocación de servicio
esta exigencia. Debemos aprender a unirnos y a sumar el trabajo de cada uno con
el del otro y crear así la transformación y lo nuevo. Es la unión de lo que
cada uno de nosotros produce desde su lugar. El discurso político debe llegar
con este nuevo espíritu de construcción a todos los argentinos. Estemos
dispuestos a marchar juntos. Debemos lograr la unión de lo desunido”.
Tenemos
la firme convicción de que la capacidad creativa de nuestro pueblo, sus
historias de lucha y de esperanza, y su valor para reponerse de profundas
crisis, son una valiosa experiencia colectiva. La nación es territorio, es
colectividad, es institucionalidad, es solidaridad, y es proyecto común en la
diversidad. Contiene una multiplicidad de sentidos, pero articula sus energías
alrededor de un “nosotros y nosotras” que significa también comunidad. Frente a
la prepotencia de los mercados hay que retomar ese diálogo común, que no puede
resultar en entretenimiento, ni compra de reputación ni política marketinera.
Solo
un movimiento nacional basado en la participación efectiva de los argentinos y las argentinas, en la
creación de ámbitos de debate y de consenso, en la promoción de nuevas
prácticas políticas y en un ambicioso programa de ampliación de derechos puede
dar lugar a un cambio sustancial en la correlación de fuerzas y alejar al país
de las tensiones restauradoras.
Sin
embargo, debemos evitar caer en la tentación de recurrir a viejas recetas
para enfrentar los desafíos que imponen los avances tecnológicos en un mundo en
constante cambio. Para más democracia y más igualdad no hay que reactivar la
nostalgia y la vida vieja, hay que imaginar otra forma de crear y distribuir
riqueza, de convivir y de tratarnos con la naturaleza.
En
ese sentido, estamos convencidos de que ese programa de ampliación de derechos
solo puede ser llevado a cabo con un cambio radical en la matriz extractivista
y de sobre explotación de los recursos naturales y el ambiente y ello obliga a
reformas profundas sobre la cuestión productiva, fiscal, de trato social y
ambiental. El desarrollo con inclusión, las nuevas formas del trabajo, el
consumo, el feminismo, el cuidado y el trato entre generaciones y hacia
personas con discapacidades y nuestra relación con la naturaleza forman parte de la
agenda urgente que debemos desarrollar.
Somos
conscientes de las limitaciones que la realidad impone así como de la necesidad
de generar recursos inmediatos que permitan revertir la delicada situación
económica y social, pero ello no debe hacernos perder de vista que el horizonte
de igualdad solo podrá materializarse con un cambio contundente -aun cuando
paulatino- de esta matriz productiva extractivista e hiper consumista que el
capitalismo ha impuesto. Trabajar por ello es nuestro mejor aporte a la
construcción de otra sociedad. En eso y para eso estamos.
Buenos Aires, noviembre de 2019.